domingo, 11 de diciembre de 2011

Fernando VII: Sobre la personalidad de un rey.

El siglo XIX podría definirse como la centuria del desarrollo económico y social de las naciones de Occidente europeo. En España, sin embargo, el balance resulta menos alentador ensombrecido por las guerras civiles y el ocaso del imperio ultramarino.
Fernando VII reinó en una época convulsa, en el tránsito entre el Antiguo Régimen y la Edad Contemporánea. Durante su reinado asistiremos a una guerra por la independencia del país, a la reinstauración del absolutismo tras las Cortes de Cádiz, la vuelta del Liberalismo (Trienio Liberal) y a un nuevo regreso del Absolutismo (Década Ominosa), mientras las colonias americanas se emancipan y una galopante crisis económica se expande por todo el país.
Nadie sería capaz de cuestionar que la infancia supone un periodo clave en el desarrollo de la personalidad de un individuo. Una personalidad quizá determinada por cuestiones de aprendizaje, cognitivas o afectivas en su defecto. Godoy intentó controlar a Fernando mediante el nombramiento de sus educadores, esto contribuyó a sembrar la desconfianza del heredero hacia el favorito de su padre.
El joven Fernando vio a su progenitor tan preocupado por la caza y la salvación de su alma, que buscó en una enérgica y ambiciosa María Luisa, su madre, ese espíritu que le faltaba. Tanto padre como hijo terminarían siendo prisioneros de la voluntad de un emperador.
Así es la historia, un rey es desplazado del trono por las intrigas de su propio hijo.Carlos IV no supo estar a la altura de las circunstancias y finalmente abdicaría a favor de su hijo.



Cuando en 1814 Fernando entra en España una nación incipiente le aclama como el “deseado”.Durante su ausencia los españoles libraron una batalla contra Francia y asumieron su legitimidad frente a la imposición extranjera. Entonces las estructuras sociales y económicas del Antiguo Régimen hacían que los cimientos de una tradición temblasen. Para Fernando VII fue una tarea relativamente fácil restaurar el absolutismo debido a que la oposición liberal fue minoritaria y en su defecto la lucha inicial se posicionaba en contra de la política imperialista de Napoleón, no contra un rey español.
En Abril de ese mismo año se dio a conocer el Manifiesto de los Persas, que reflejaba las aspiraciones de Restauración del Antiguo Régimen por parte de las élites.

Por otro lado fue importante la actuación de los militares mediante el pronunciamiento. Utilizado desde entonces como instrumento de acción rápida y decisiva para un cambio de Gobierno.
Riego se pronunció el 1 de enero de 1820 con el ejército que debía embarcar para sofocar la revuelta americana. A pesar de la fuerza del pronunciamiento, la organización de la conspiración fue desastrosa: Riego se quedó aislado en San Fernando, mientras el resto de las guarniciones de España no sabían a que atenerse.
Diversas conspiraciones liberales acabaron con la ejecución de cabecillas como Riego, aunque hubieran sido héroes de la Guerra de Independencia. Nadie sabe por ejemplo como el militar Vicente González Moreno consiguió adentrarse en la trama del general Torrijos. Lo cierto fue que el barco con el que intentaban ganar las costas de Málaga fue sorprendido por las tropas realistas apostadas en la playa. En las Crónicas locales se veía perdido un significado de esperanza mientras el liberalismo intentaba echarle el pulso definitivo al absolutismo.
Los liberales habían derrotado a los absolutistas, pero pronto surgen las divisiones internas que marcarán la trayectoria del Trienio y el debilitamiento del régimen liberal. Los liberales tenían un escaso apoyo popular por lo que intentaron extender su mensaje político entre la población, para lo que contaron con la ayuda de:
La Prensa. La prensa liberal tuvo un gran desarrollo, siendo fundamentalmente una prensa de opinión.
Las Sociedades Patrióticas, que aparecieron en todas las ciudades y donde se reunían los liberales para hablar sobre cuestiones de política.
La Milicia Nacional, un cuerpo de voluntarios armados para defender la Constitución contra conspiraciones y levantamientos.

Un romántico llamado José de Espronceda, que perteneció a la Sociedad Secreta de los Numantinos, quiso reflejar en sus obras la libertad política que España merecía y la rebelión ante cualquier obstáculo que impidiera la máxima expresión de los sentimientos.
Los gobiernos liberales iniciaron una acelerada política de reformas. La legislación aprobada por las Cortes de Cádiz volvió a estar en vigor (supresión del régimen señorial, supresión de la Inquisición, etc.), y se promulgó un Código Penal, la libertad de industria y comercio y una desamortización eclesiástica. Asimismo, se avanzó en la reforma en la Hacienda y la cuestión eclesiástica.

Fernando VII era egoísta, hipócrita un tanto cobarde y sin embargo no dudó en desatar una cruel y dura represión contra quienes, al fin y al cabo, habían luchado por él en el pasado. Riego fue llevado preso a Madrid, condenado y arrastrado de forma humillante para su ejecución en un serón tirado por un burro. Tampoco pudo librarse la viuda granadina Mariana Pineda, ajusticiada por bordar la bandera liberal.
Los Cien Mil Hijos de San Luis al mando del Duque de Angulema atravesaron el Bidasoa el 7 de Abril de 1823. Fue una campaña rápida y eficaz. Las tropas liberales, no pudieron enfrentarse con éxito a las del Duque de Angulema. Era éste el modo de iniciar una nueva restauración de la Monarquía Absoluta. Las cosas volverían a ser como siempre. Recuperó las estructuras del Antiguo Régimen en profundidad. Fernando declaró nulos y de ningún valor la Constitución y los decretos de las Cortes, una tendencia general europea que quedó plasmada en el Congreso de Viena. Acentuó su autoridad, reestableció los consejos, y actuó con las secretarías como mero órgano consultivo. Sin embargo, no tuvo el apoyo de la Economía española. La Hacienda Pública mostraba una realidad distinta. La situación en España era dramática: un país empobrecido por la guerra había destruido sus infraestructuras y economía. En 1823 se formó un gobierno más moderado y comenzó a plantearse la necesidad de reformas.
Su sistema de represión contra cualquier opción liberal fue quizás la más radical de Europa.
Desde el Puerto de Santa María Fernando VII emprendió viaje a Madrid. Su odio hacia los liberales era tal que, mediante decreto, prohibió a cualquier español que hubiese ocupado un escaño de diputado en las Cortes o desempeñado algún cargo importante en la administración constitucional, no se acercase a menos de cinco leguas de donde transitara el cortejo real.
Otras intentonas de revolución fueron abortadas y los prisioneros generalmente fusilados.
Zea Bermúdez mantuvo una postura moderada al frente de la Secretaría de Estado que propició el fracaso del absolutismo más extremista. Apareció así una oposición ultrarrealista (más tarde unida a la cuestión sucesoria), con el príncipe Carlos María Isidro, hermano de Fernando, como su líder. Los carlistas se sublevaron en Cataluña, a quienes se sumaron los campesinos afectados por las dificultades económicas.
Tras la muerte se su tercera esposa, Fernando contrajo matrimonio con su sobrina María Cristina de Borbón.


En realidad la transición a una monarquía constitucionalista acabó realizándose, pero fue a pesar del rey, no a favor del mismo. Muy probablemente con una persona más hábil, el país hubiera evolucionado más rápidamente y de forma menos traumática hacia la contemporaneidad.

Finalmente el 29 de Septiembre de 1833 moría Fernando VII. Fue enterrado en el Panteón de El Escorial.
A su muerte la Monarquía Absoluta tenía escasas posibilidades de supervivencia y su hija Isabel tendrá que apoyarse en los liberales para defender su derecho al trono frente a los carlistas.
Muchos historiadores hacen referencia al carácter desconfiado y mezquino del monarca y su actitud represiva frente a los liberales. Digamos que en él destacaba la imposibilidad de conciliar el sueño ante ideas liberalizadoras y un constante recelo invencible. Sin embargo, simplemente debemos considerarle un rey, como tantos otros, con escasa capacidad para enfrentarse a los tiempos que le tocó reinar.

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