Si empezamos por los Austrias, Felipe II, heredero del imperio de su padre, Carlos I de España, respondÃa con la misma palabra mágica cuando la gente importante del reino se reunÃa con él a tratar asuntos. “Sosegaos”, decÃa al fin, era un rey muy inexpresivo y esta palabra tranquilizaba a sus funcionarios reales. A finales de su reinado, la población ya alcanzaba los 60.000 habitantes. Ello provocó, a pesar de la fiebre constructora que entonces vivió la ciudad, una enorme escasez de viviendas, medida que se pretendió solucionar con la Ley de RegalÃa y Aposento, la cual obligaba a los madrileños a ceder parte de su casa para los huéspedes ilustres que llegaban a la ciudad, consiguiendo únicamente que, para burlar la ley, los madrileños construyeran las llamadas casas a la malicia, de imposible división por su difÃcil estructura.
A Felipe III le encantaba la caza y las artes, y ¿por qué no seguir la moda que se extendÃa por Europa? Puso a un valido, el duque de Lerma, y mientras este trasladaba la Corte a Valladolid y se ocupaba de hacer el trabajo sucio, Felipe III disfrutaba con su ociosidad.
Felipe IV se quejó al escultor Pietro Tacca de la cabeza de la escultura ecuestre que le representaba (actualmente se encuentra en la Plaza de Oriente) alegando que él era mucho más guapo, asà que se tuvo que cortar dicha cabeza y poner otra se pareciese más al rey. Madrid en esta época alcanzaba los 100.000 habitantes. Este monarca mandó construir en 1625 la cerca que rodeó la capital hasta 1868, y que pasaba por la actual calle de la Princesa hasta la plaza de Colón, de allà continuaba por el paseo del Prado y se cerraba por las rondas de Toledo y Segovia. A Felipe IV se le murió un hijo a edad temprana, asà que tuvo que legar el trono a Carlos II, aunque fuera discapacitado debido a la hemofilia.
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