Abril de 1936. El calor, humo y polvo inundaban Jaen, concretamente el Cerro Cabezo, donde se encontraba el Santuario de la Virgen de la Cabeza. Un lugar frío, oscuro, arropado por montañas y carreteras tortuosas, lugar donde se refugiarían de las bombas, escondite cuyas paredes intentarían aislar a los esperanzados del miedo.
Santuario de la Virgen de la Cabeza. |
Centrémonos en esos refugiados, y no en las coordenadas, estrategias bélicas o intendentes importantes. Hablemos de los últimos días de los que cayeron en aquel lugar, memoremos sus condiciones olvidadas tantas veces por las causas, desarrollo y consecuencias de la guerra… Veamos, realmente, la historia de aquel santuario tan inhóspito.
Revuelo, sangre corredora por las carreteras, gritos, señales. Se podría decir que aquel Abril del 36 Jaen estaba sumida en el caos. Las familias buscaban refugiarse en cualquier lado, huir de las bombas, de los soldados, los ataques, de las metralletas. Huir de la realidad, de esa cruenta guerra. Alzaron los habitantes, pues, la vista a ese Cerro, a ese Santuario que sería su refugio durante algunos meses. Ya allí, el hambre imperaba, y el miedo. El menú diario constaba de 65 gramos de pan y un puñado de garbanzos o judías, aunque esta pobre ración variaría según los días, y a medida que pasaba el tiempo sin remedio alguno.
Se recibían algunas ayudas caídas del cielo. Cajas con alimentos, ropa, alpargatas, mantas y metralletas, inutilizadas ante el impacto que recibían contra las rocas, estando indefensos ante las amenazas.
Dentro de esta multitud, me centro en el drama de la familia Chamorro; inquietante, un ejemplo que nos puede mostrar verdaderamente la realidad agónica que se dio en aquel lugar protegido por las montañas.
Una familia de ocho miembros se hallaba allí. El padre, miembro de la Guardia Civil, Miguel Chamorro, la madre, Isabel Gómez y séis hijas: Paquita, Remedios, Carmen, Ana, Juana e Isabel Chamorro, la cual contó los hechos con pelos y señales, gracias a la cual conocemos esta trágica historia.
La contienda seguía y la familia, como muchas otras, se alimentaba del escaso menú diario, hasta que las condiciones (robo del ganado, falta de envío de provisiones, etc) hicieron que el hambre, la falta de alimentos, se tradujera en desesperación. Movidos por esta, Miguel y otras dos hijas salieron reptando por el suelo ante un posible ataque, buscando algún trozo de pan o tocino rezagado, encontrándose una especie de bulbos que parecían ser rábanos, siendo para su mala suerte cicuta minor… Sin pensarlo, arrancados del suelo la comieron saciando el hambre. Llegando de nuevo al santuario una clase de vómito rojizo se derramaba por los labios de los tres familiares.
Convulsiones, rasgos rígidos, palidez y muerte. Aquella noche gritos agónicos inundaron el santuario.
Y, la rutina continuaba tras el entierro por frío e irreal que parezca. Dolor, hambre, impotencia, miedo, silencio sepulcral a veces roto por voceríos. Expresiones inexpresivas, miradas perdidas, recuerdos rotos.
Y, pasaban los días, hasta que lo peor llegó. Buscaron su refugio, lo encontraron en el cerro, mas no estarían salvados…
-Se equivocaron…
Todos estaban acompañados por ese silencio tan característico hasta que se oyó un murmullo, un sonido que aumentaba progresivamente, un sonido solitario que se complementaría con los gritos, con el pánico, la agonía pura. Eran los tanques militares. La madre abrazaba a sus cuatro hijas vivas, las abrazaba con empeño, con miedo, con deseos indescriptibles hasta que, ocurrió.
Una bomba. Fuego, polvo, humo que te ahogaba. Ladrillos roto, paredes caídas, derrumbadas, sangre, olor a carne quemada, gritos, gritos, y más gritos y dolor. Lo indescriptible, una culminación del sufrimiento. Hasta que, a orden del Capitán Cortés, huyeron todos a cuevas de los alrededores, buscándose la vida.
¿La familia Chamorro?
Capitán Cortés |
“-Así fue. Dijeron que cada uno se metiera donde pudiera… Ya era aquello… todo piedras caídas. Los muros fueron derrumbados por los cañonazos y entonces vino a nosotros uno y, fíjate, mi madre partida por la cintura…, partida en dos con los brazos abiertos, agarrando con fuerza la hierba…, una hermana con la cabeza por un lado y el cuerpo por otro…, y yo allí en un pan de sangre. A mi hermana Amparo que tenía 14 años, vino un guardia civil con su casaca y la cogió de un brazo, y se la llevó, la salvó… miraba para atrás, llorando, sintiendo cómo caían los cañonazos…, viendo cómo moría toda su familia.
Isabel Chamorro gateó oliendo el aire frío. No identificó a nadie, solo sombras altas que se movían como en un teatro, tanques, ruido de metal.
Atrás, en un chamizo derruido, había quedado toda su gente muerta. Destrozada por un solo proyectil.
En un momento notó unas manos firmes que la recogían.
-Esta niña se muere. ¡Llamen al médico!”
-Palabras relatadas por Isabel Chamorro en una entrevista de Luis Mariano Fernández y fragmento del libro “Tumbas sin nombre”.
La familia Chamorro y otras muchas cayeron. Fueron enterrados, creándose las famosas “Tumbas sin nombre”.
Algunos de los niños que se encontraban en el Santuario, cuyos cadáveres fueron encontrados (a excepción de todos lo cráneos). Más y más misterios. |
Mil quinientas personas encerradas durante meses (Abril, Julio de 1936). Mil quinientas personas agónicas. Otros tantos cientos de muertes… Una historia olvidada en aquel cerro, leyendas (véase las famosas caras de Bélmez, donde presuntamente los rostros y miradas de la familia Chamorro están clavados en la pared) y recuerdos fríos y dolorosos. Historias que se graban en la retina y por las que pocos muestran interés.
Y, por último, cómo no citar la famosa inscripción que se encuentra en Valleinfierno, en la trayectoria para ir al Santuario de la Virgen de la Cabeza:
“Mirad caminantes que os habla esta piedra, es Sierra de Andújar, gloria de las sierras, breñal encantado de Sierra morena…
Es por eso viajero que a este sitio llega, por lejos que vaya, alma aquí deja.”
Las banderas hondearon, pero ¿a qué precio?
Escalofríos, y frialdad.
Fuentes principales:
Libro Tumbas sin nombre de Iker Jiménez y Luis Mariano Fernández. Citas textuales de Isabel Chamorro que figuran en este mismo libro.
Relato estremecedor que nos permite intuir la desesperación y el sufrimiento de nuestra Guerra Civil.
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